Cuando nosotros, que ahora somos viejos, éramos niños, en el catecismo
nos hablaban a menudo de "comunión espiritual". Nos dijeron que
podíamos unirnos espiritualmente a Jesús que se ofrece en el altar, aunque no
tomáramos la comunión sacramental recibiendo físicamente la hostia consagrada.
La "comunión espiritual" era una práctica religiosa que tenía como
objetivo hacernos sentir más unidos a Jesús, no sólo cuando
comulgábamos en la misa, sino también en otros lugares o momentos. No era una
alternativa a la comunión sacramental, pero en cierto sentido la continuaba y
nos preparaba para ella, durante las visitas al Santísimo Sacramento o en otros
momentos de oración. Luego no escuchamos prácticamente nada más sobre ello por
décadas. El énfasis en participar en la misa tomando la comunión, ciertamente
bueno, había llevado a que otras dimensiones tradicionales de la devoción
cristiana fueran eclipsadas.
Empecé a pensar insistentemente en la "comunión espiritual" en
una ocasión excepcional. Durante la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid en
2011 una repentina tormenta destruyó la mayoría de las tiendas durante la
noche, donde se habían preparado las partículas para ser consagradas para la
comunión de los casi dos millones de jóvenes presentes en la misa conclusiva
del día siguiente. Así, en la gran misa presidida por el Papa, sólo una pequeña
parte de los jóvenes pudo tomar la comunión sacramental porque faltaban las
hostias. Muchos estaban contrariados - al menos al principio - como si por esta
razón la Jornada Mundial de la Juventud fracasara, porque faltaba algo esencial
en el momento religioso culminante del evento. Se necesitó mucho esfuerzo y
también tiempo para ayudar a comprender que el acto físico de recibir la hostia
santa es muy importante, pero no es la única e indispensable manera de unirse
con Jesús y su cuerpo que es la Iglesia.
Ahora el Papa Francisco durante la misa de la mañana en Santa Marta
exhorta a los fieles que rezan con él sin estar físicamente presentes a hacer
la "comunión espiritual". Lo hace proponiendo una de las fórmulas
tradicionales enseñadas durante mucho tiempo en el pasado por los buenos
maestros espirituales del pueblo cristiano; fórmulas que eran familiares a
muchas de nuestras madres y abuelas, que iban a menudo o cada día a misa
temprano en la mañana, pero que también sabían cómo mantenerse en unión
con Dios, a su manera, durante las ocupaciones del día.
Entre los recuerdos de la época del catecismo me vino a la mente una
pequeña imagen, en la que en el centro estaba el sacerdote levantando la hostia
consagrada, y alrededor, como en la esfera de un reloj, se indicaban las horas
de la mañana de los diferentes países y continentes en los que los sacerdotes
celebraban la misa (¡que entonces se celebraba sólo por la mañana!). Se quería
recordar que continuamente en el mundo se renueva el sacrificio de Jesús que
muere por nosotros, y que podíamos continuamente unirnos espiritualmente a Él y
a su ofrenda.
La "comunión espiritual", cuando no se puede recibir la
comunión sacramental, también se llama con razón "comunión del
deseo". Desear que la propia vida esté unida a Jesús, especialmente a su
sacrificio por nosotros en la Cruz. En este prolongado tiempo de ayuno
eucarístico obligatorio, muchas personas acostumbradas a la comunión
sacramental frecuente sintieron cada vez más la falta del "pan de cada
día" eucarístico. De manera verdaderamente excepcional fue la misma
Iglesia la que aceptó imponer este ayuno a los fieles, como signo de
solidaridad y de participación en los asuntos de pueblos enteros obligados a
limitaciones, privaciones y sufrimientos por la pandemia. El ayuno es una
privación, pero puede ser un tiempo de crecimiento. Así como el amor de los
cónyuges, durante mucho tiempo alejados el uno del otro por razones de fuerza
mayor, puede madurar y profundizar en la fidelidad y la pureza, así también el
ayuno eucarístico puede convertirse en un tiempo de crecimiento de la fe, del
deseo del don de la comunión sacramental, de la solidaridad con aquellos que
por diversas razones no pueden disfrutarlo, de liberación del descuido de la
costumbre... Entender de nuevo que la Eucaristía es un don gratuito y
sorprendente del Señor Jesús, no obvio ni banal... que se desea de todo
corazón...
La oración para realizar esta Comunión Espiritual es la siguiente:
Yo quisiera Señor,
recibirte con la misma pureza, humildad y
devoción
con que te recibió tu Santísima Madre.
Con el espíritu y fervor de los santos.
Amén.
P. Federico Lombardi, El Diario de una Crisis. 2020