Fray
Martín transformó la enfermería en su centro de acción. A ella llevaba
todos los enfermos que encontraba en la calle, incluso a aquellos con
mayor peligro de contagio. Esto le fue prohibido por sus superiores.
Pero la caridad del Santo no tenía límites. Entonces preparó en casa de
su hermana, que vivía a dos cuadras del convento, unos aposentos para
recibir a esos enfermos, y allá iba a tratarlos con sus manos hasta que
sanasen o entregasen el alma a Dios.
Cierto día, sin embargo, sucedió que un indio fue acuchillado en la puerta del convento. Fray Martín no tenía tiempo para llevarlo hasta la casa de su hermana y ante la urgencia del caso, no tuvo dudas y cuidó del indio en la enfermería del convento.
Cuando mejoró lo llevó entonces a casa de su hermana. Esto no agradó al superior y lo reprendió por haber pecado contra la obediencia. “En eso no pequé”, respondió Martín. “¿Cómo que no?”, impugnó el superior. “Así es, Padre, porque creo que contra la caridad no hay precepto, ni siquiera el de la obediencia”, respondió el Santo.
Además de todas estas actividades, Fray Martín salía también del convento a pedir limosnas para sus pobres y para los sacerdotes necesitados.
Conociendo su prudencia y caridad, muchos le encargaban distribuir sus limosnas, incluso el Virrey, que le daba 100 pesos mensuales para ello.
Cierto día, sin embargo, sucedió que un indio fue acuchillado en la puerta del convento. Fray Martín no tenía tiempo para llevarlo hasta la casa de su hermana y ante la urgencia del caso, no tuvo dudas y cuidó del indio en la enfermería del convento.
Cuando mejoró lo llevó entonces a casa de su hermana. Esto no agradó al superior y lo reprendió por haber pecado contra la obediencia. “En eso no pequé”, respondió Martín. “¿Cómo que no?”, impugnó el superior. “Así es, Padre, porque creo que contra la caridad no hay precepto, ni siquiera el de la obediencia”, respondió el Santo.
Además de todas estas actividades, Fray Martín salía también del convento a pedir limosnas para sus pobres y para los sacerdotes necesitados.
Conociendo su prudencia y caridad, muchos le encargaban distribuir sus limosnas, incluso el Virrey, que le daba 100 pesos mensuales para ello.