
La
Iglesia en su misión de ir por el mundo llevando la Buena Nueva ha
querido dedicar un tiempo a profundizar, contemplar y asimilar el
Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios; a este tiempo lo conocemos
como Navidad. Cerca de la antigua fiesta judía de las luces y buscando
dar un sentido cristiano a las celebraciones paganas del solsticio de
invierno, la Iglesia aprovechó el momento para celebrar la Navidad. En este tiempo los cristianos por medio del Adviento se preparan
para recibir a Cristo,“luz del mundo” (Jn 8, 12) en sus almas,
rectificando sus vidas y renovando el compromiso de seguirlo. Durante el
Tiempo de Navidad al igual que en el Triduo Pascual de la semana Santa
celebramos la redención del hombre gracias a la presencia y entrega de
Dios; pero a diferencia del Triduo Pascual en el que recordamos la
pasión y muerte del Salvador, en la Navidad recordamos que Dios se hizo
hombre y habitó entre nosotros. Así como el sol despeja las
tinieblas durante el alba, la presencia de Cristo irrumpe en las
tinieblas del pecado, el mundo, el demonio y de la carne para mostrarnos
el camino a seguir. Con su luz nos muestra la verdad de nuestra
existencia. Cristo mismo es la vida que renueva la naturaleza caída del
hombre y de la naturaleza. La Navidad celebra esa presencia renovadora
de Cristo que viene a salvar al mundo.
La Iglesia en su papel de madre y maestra por medio de una serie de fiestas busca concientizar al hombre de este hecho tan importante para la salvación de sus hijos. Por ello, es necesario que todos los feligreses vivamos con recto sentido la riqueza de la vivencia real y profunda de la Navidad.