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MES DE MARÍA - Quien es la Virgen Maria

La Bienaventurada Virgen María es la madre de Jesucristo, la madre de Dios.
En general, la teología y la historia de María la Madre de Dios siguen el orden cronológico de sus fuentes respectivas, esto es, el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento, los primeros cristianos y los testigos judíos.
MARÍA PROFETIZADA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
El Antiguo Testamento se refiere a Nuestra Señora tanto en sus profecías como en sus tipos o figuras.

Génesis 3:15

La primera profecía referente a María se encuentra en los capítulos iniciales del Libro del Génesis (3:15): “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo; ella te aplastará la cabeza y tú estarás al acecho de su talón”. Esta versión parece diferir en dos aspectos del texto original hebreo:
  1. En primer lugar, el texto hebreo emplea el mismo verbo para las dos versiones traducidas “ella te aplastará” y “tú estarás al acecho”; la Septuaginta traduce el verbo en ambos casos por terein, estar al acecho; Aquila, Símaco y los traductores sirios y samaritanos traducen el verbo hebreo por expresiones que significan aplastar, magullar; el Itala traduce el terein utilizado en la Septuaginta con el término latino de “servare” , vigilar; S. Jerónimo (1) sostiene que el verbo hebreo tiene el significado de “aplastar” o “magullar” más que el de “estar al acecho”, “vigilar”. Sin embargo en su propio trabajo, que se convirtió en la Vulgata latina, el santo emplea el término “aplastar” (conterere) en primer lugar, y “estar al acecho” (insidiari) en segundo. Por tanto el castigo infligido a la serpiente y la venganza de ésta están expresadas con el mismo verbo: pero la herida sufrida por la serpiente es mortal, ya que afecta a la cabeza, mientras que la herida causada por ella no es mortal, ya que es infligida en el talón.
  2. El segundo punto de diferencia entre el texto hebreo y nuestra versión se refiere al agente que va a infligir la herida mortal a la serpiente: nuestra versión coincide con el texto actual de la Vulgata en traducir “ella”(ipsa) que se refiere a la mujer, mientras que el texto hebreo traduce huc (autos, ipse) que se refiere a la descendencia de la mujer. Según nuestra versión y la traducción de la Vulgata, será la mujer quien obtenga la victoria; según el texto hebreo, ella vencerá a través de su descendencia. Es en este sentido en el que la Bula “Ineffabilis” atribuye la victoria a Nuestra Señora. La versión “ella” (ipsa) no es ni una corrupción intencionada del texto original ni un error accidental, sino que es una versión explicativa que expresa explícitamente el hecho de la participación de Nuestra Señora en la victoria sobre la serpiente, que está contenido de manera implícita en el original hebreo. La fuerza de la tradición cristiana referente a la participación de María en esta victoria puede deducirse del hecho de que S. Jerónimo mantuviera “ella” en su versión a pesar de su familiaridad con el texto original y con la traducción “él” (ipse)en la antigua versión latina.
Dado que es comúnmente admitido que el juicio divino se dirige no tanto contra la serpiente como contra el causante del pecado, la descendencia de la serpiente hace referencia a los seguidores de la serpiente, la “progenie de víboras”, la “generación de víboras”, aquellos cuyo padre es el Diablo, los hijos del mal,
 imitando, non nascendo
 (Agustín) (2). Puede darse la tentación de comprender la descendencia de la mujer en un sentido colectivo análogo, abarcando a todos los nacidos de Dios. Pero descendencia puede no sólo referirse a una persona en particular, sino que generalmente tiene dicho significado, si el contexto lo permite. S. Pablo (Gálatas 3:16) da esta explicación de la palabra “descendencia” tal como aparece en las promesas de los patriarcas: “A Abraham y a su descendencia fueron hechas las promesas. No dice a sus descendencias, como de muchas, sino de una sola: "Y a tu descendencia”, que es Cristo". Finalmente la expresión “la mujer” en la frase “Pondré enemistad entre ti y la mujer” es una traducción literal del texto hebreo. La Gramática Hebrea de Gesenius-Kautzsch (3) establece la norma: es un rasgo peculiar del hebreo el uso del artículo para indicar una persona o cosa todavía desconocida o que todavía está por describir con claridad, ya se encuentre presente o tenga que considerarse bajo las condiciones del contexto. Dado que nuestro artículo indefinido cumple este propósito, se podría traducir: “Pondré enemistad entre ti y una mujer”. Por tanto la profecía promete una mujer, Nuestra Señora, que será la enemiga de la serpiente en un grado sobresaliente; además, la misma mujer saldrá vencedora sobre el Demonio, al menos a través de su hijo. La rotundidad de la victoria es subrayada por la frase contextual “comerás tierra”, que es según Winckler (4) una antigua y común expresión oriental que denota la máxima humillación (5).


Isaías 7:1-17

La segunda profecía referente a María se encuentra en Isaías 7:1-17. Los críticos se han empeñado en representar este pasaje como una combinación de sucesos y palabras del profeta escritos por un autor desconocido (6). La credibilidad del contenido no resulta necesariamente afectada por esta teoría, ya que las tradiciones proféticas pueden quedar registradas por cualquier escritor sin perder por ello su credibilidad. Pero incluso Duhm considera la teoría como un intento aparente por parte de los críticos de averiguar hasta dónde están dispuestos a aguantar pacientemente los lectores; opina que es una verdadera desgracia para la crítica en cuanto tal el que haya encontrado un mero compendio en un pasaje que describe tan gráficamente la hora del nacimiento de la fe. Según II Reyes 16:1-4, y II Paralipómenos 27:1-8, Ajaz, que comenzó su reinado en el 736 a. de J.C., profesaba abiertamente la idolatría, de forma que Dios lo dejó a merced de los reyes de Siria e Israel. Al parecer se había establecido una alianza entre Pecaj, rey de Israel, y Rasín, rey de Damasco, con el propósito de ofrecer resistencia a las agresiones asirias. Ajaz, partidario de los asirios, no se unió a la coalición; los aliados invadieron su territorio, con la intención de sustituir a Ajaz por un gobernante más complaciente, un cierto hijo de Tabeel. Mientras Rasín estaba ocupado en reconquistar la ciudad costera de Elat, Pecaj procedió en solitario contra Judá, “pero no pudieron prevalecer”. Una vez Elat hubo caído, Rasín unió sus fuerzas a las de Pecaj; “Siria y Efraím se habían confederado” y “tembló su corazón (de Ajaz) y el corazón del pueblo, como tiemblan los árboles del monte a impulsos del viento”. Había que hacer preparativos inmediatos para un asedio prolongado, y Ajaz se encontraba intensamente ocupado en las proximidades de la piscina superior, de la cual recibía la ciudad la mayor parte de su suministro de agua. De ahí que Dios le diga a Isaías: “Sal luego al encuentro de Ajaz … al cabo del acueducto de la piscina superior”. El encargo del profeta es de naturaleza extremadamente consoladora: “Mira bien no te inquietes, no temas nada y ten firme corazón ante esos dos cabos de tizones humeantes”. El plan de los enemigos no tendrá éxito: “no aguantará y esto no sucederá”. Cuál será el destino concreto de los enemigos?
  • Siria no ganará nada, permanecerá como había estado en el pasado: “ la cabeza de Siria es Damasco, y la cabeza de Damasco es Rasín.”
  • Efraím también permanecerá en el futuro inmediato como había estado hasta ese momento: “la cabeza de Efraím es Samaria, y la cabeza de Samaria el hijo de Romelia”; pero al cabo de sesenta y cinco años será destruida, “ dentro de sesenta y cinco años Efraím habrá dejado de ser pueblo”.
Ajaz había abandonado al Señor por Moloc, y había depositado su confianza en una alianza con Asiria; de ahí la profecía condicional referente a Judá “si no crees, no continuarás”. La prueba de fe sigue inmediatamente a continuación: “ Pide al Señor, tu Dios, una señal, o de abajo en lo profundo o de arriba en lo alto”. Ajaz responde con hipocresía: “ no la pediré, no tentaré al Señor”, rechazando así declarar su fe en Dios y prefiriendo la política asiria. El rey prefiere Asiria a Dios, y Asiria vendrá sobre él: “Hará venir el Señor sobre ti y sobre tu pueblo, y sobre la casa de tu padre, días cuales nunca vinieron desde que Efraím se separó de Judá con el rey de los asirios”. La casa de David había ofendido no sólo a los hombres, sino también a Dios con su incredulidad; por ello, “no continuará”, y, por una ironía del castigo divino, será destruida por aquellas mismas gentes a las que prefirió antes que a Dios.


Sin embargo, las promesas mesiánicas hechas a la casa de David no pueden frustrarse: “El Señor mismo os dará una señal. He aquí que una virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y será llamado Emmanuel. Y se alimentará de mantequilla y miel, hasta que sepa desechar lo malo y elegir lo bueno. Pues antes que el niño sepa desechar lo malo y elegir lo bueno, la tierra por la cual temes de esos dos reyes será devastada”. Dejando de lado una serie de preguntas relacionadas con la explicación de la profecía, debemos limitarnos aquí a la prueba evidente de que la virgen mencionada por el profeta es María, la Madre de Cristo. La argumentación se basa en las premisas de que la virgen mencionada por el profeta es la madre de Emmanuel, y que Emmanuel es Cristo. La relación de la virgen con Emmanuel está claramente expresada en las palabras inspiradas; las mismas indican, asimismo, la identidad de Emmanuel con Cristo.

La relación de Emmanuel con la señal divina extraordinaria que iba a ser concedida a Ajaz nos predispone a ver en la criatura alguien más que un niño corriente. En 8:8, el profeta le atribuye la propiedad de la tierra de Judá: “Y tendiendo sus brazos cubrirán toda tu tierra, oh Emmanuel!”. En 9:6, se dice que el gobierno de la casa de David descansa sobre sus hombros, y se le describe como poseedor de cualidades superiores a las humanas: “nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo, que tiene sobre su hombro la soberanía, y que se llamará maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz”. Finalmente, el profeta llama a Emmanuel “vara del tronco de Jesé”, agraciado con “el espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor de Dios”; su venida irá seguida de los signos generales de la era mesiánica, y los que queden del pueblo escogido serán de nuevo el pueblo de Dios (11:1-16).


Cualquier oscuridad o ambigüedad que pudiera haber en el texto profético es eliminada por S. Mateo (1:18-25). Después de narrar las dudas de
San José
 y la reafirmación del angel “lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo”, el evangelista continúa: “Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por el profeta, que dice: He aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel”. No es necesario que repitamos la explicación del pasaje dada por comentaristas católicos que responden a las objeciones que se han hecho contra el significado obvio del evangelista. De todo lo anterior se puede deducir que María es mencionada en la profecía de Isaías como madre de Jesucristo; a la luz de la referencia a la profecía hecha por S. Mateo, se puede añadir que ésta predijo también la virginidad de María, intacta en la concepción de Emmanuel (7).

Miqueas 5:2-3


Una tercera profecía referente a Nuestra Señora se encuentra en Miqueas 5:2-3: “Y tú, Belén de Efrata, pequeño para ser contado entre las familias de Judá, de ti me saldrá quien señoreará en Israel, cuyos orígenes vienen del comienzo, de los días de la eternidad. Los entregará hasta el tiempo en que la que ha de parir parirá, y el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel”. Aunque el profeta (750-660 a. de C., aproximadamente) fue contemporáneo de Isaías, su actividad profética comenzó un poco más tarde y finalizó un poco antes que la de Isaías. No cabe ninguna duda de que los judíos consideraban que las predicciones anteriores se referían al Mesías. Según S. Mateo (2:6), cuando Herodes preguntó a los sumos sacerdotes y escribas dónde iba a nacer el Mesías, le respondieron con las palabras de la profecía, “Y tú Belén, tierra de Judá, …”. Según S. Juan (7:42), el populacho judío reunido en Jerusalén para la celebración de la fiesta formuló la pregunta retórica: “No dice la Escritura que del linaje de David y de la aldea de Belén, de donde era David, ha de venir el Mesías?”. La paráfrasis caldea de Miqueas 5:2 confirma la misma opinión: “De ti me saldrá el Mesías, que señoreará en Israel”. Las mismas palabras de la profecía no admiten prácticamente otra explicación; pues “sus orígenes son del comienzo, desde los días de la eternidad”.

Mas, cómo se refiere la profecía a la Virgen María? Nuestra Señora es mencionada con la frase “hasta el tiempo en que la que ha de parir parirá”. Es cierto que “la que ha de parir” se ha referido también a la Iglesia (S. Jerónimo, Teodoreto), o al grupo de gentiles que se unieron a Cristo (Ribera, Mariana), o también a Babilonia (Calmet); pero, por una parte, no hay apenas relación suficiente entre ninguno de estos sucesos y el redentor prometido; por otra parte, el pasaje debería decir “ hasta el tiempo en que la que es estéril parirá” si el profeta se hubiera referido a cualquiera de dichos sucesos. Tampoco puede “la que ha de parir” referirse a Sión: Sión es mencionada sin sentido metafórico antes y después de este pasaje, de modo que no se puede esperar que el profeta recurra de repente a un lenguaje figurado. Mas aún, si se explica así la profecía, no tendría un sentido cabal. Las frases contextuales “el señor de Israel”, “sus orígenes”, que en hebreo implica nacimiento, y “sus hermanos” hacen referencia a un individuo, no a una nación; de ello se deduce que el parto debe referirse a esa misma persona. Se ha mostrado que la persona que gobernará es el Mesías; por ello, “la que ha de parir” debe referirse a la madre de Cristo, Nuestra Señora. Así explicado, todo el pasaje aparece claro: el Mesías ha de nacer en Belén, un pueblo insignificante de Judá; su familia debe estar reducida a la pobreza y la oscuridad antes del momento de su nacimiento; como esto no puede suceder si la teocracia permanece intacta, si la casa de David continúa floreciendo, “por ello los entregará hasta el tiempo en que la que ha de parir parirá” al Mesías. (8)

Jeremías 31:22


Una cuarta profecía referente a María se encuentra en Jeremías 21:22: “ El Señor ha creado algo nuevo sobre la tierra: una mujer ronda al varón”. El texto del profeta Jeremías ofrece no pocas dificultades para el intérprete científico; nosotros seguiremos la versión de la Vulgata latina del original hebreo. Pero incluso esta traducción ha sido explicada de muchas formas diferentes: Rosenmuller y muchos intérpretes protestantes conservadores defienden la versión “una mujer protegerá a un hombre”, mas tal argumento difícilmente podría inducir a los hombres de Israel a retornar a Dios. La explicación “una mujer buscará a un hombre” apenas está de acuerdo con el texto; además, tal inversión del orden natural es presentada en Isaías 4:1 como una señal de la más absoluta catástrofe. La versión de Ewald “una mujer se convertirá en un hombre” es muy poco fiel al texto original. Otros comentaristas ven en la mujer un símil de la Sinagoga o de la Iglesia, en el hombre un símil de Dios, de modo que pueden explicar la profecía “Dios morará de nuevo en medio de la Sinagoga (o del pueblo de Israel)” o “la Iglesia protegerá la tierra con sus valientes hombres”. Pero el texto hebreo difícilmente evoca ese significado; además, esa explicación convertiría ese pasaje en una tautología: “Israel retornará a su Dios, ya que Israel amará a su Dios”. Algunos autores recientes traducen el original hebreo por: “Dios crea algo nuevo sobre la tierra: la mujer (esposa) retorna al hombre (su marido)”. Según la ley antigua (Deuteronomio 24:1-4; Jeremías 3:1), el marido no podía volver a aceptar a su mujer una vez que la había repudiado; pero el Señor introducirá una novedad al permitir a la mujer infiel, o lo que es lo mismo, la nación culpable, volver a la amistad con Dios. Esta explicación se basa en una corrección aventurada del texto; además, no implica necesariamente el significado mesiánico que se espera del pasaje.

Los Padres griegos siguen generalmente la versión de la Septuaginta, “El Señor ha creado salvación en una nueva plantación, los hombres caminarán seguros”; mas S. Atanasio (9) combina la versión de Aquila dos veces “Dios ha creado algo nuevo en la mujer” con la de la Septuaginta, diciendo que la nueva plantación es Jesucristo, y que lo nuevo creado en la mujer es el cuerpo del Señor, concebido en la mujer virgen sin la participación del hombre. También S. Jerónimo (10) entiende el texto profético de la virgen que concibe al Mesías. Esta explicación del pasaje concuerda con el texto y con el contexto. Como la Palabra Encarnada poseyó desde el primer instante de su concepción todas sus perfecciones, exceptuando aquellas relacionadas con su desarrollo corporal, es correcto afirmar que su madre “conseguirá un hombre”. No es necesario señalar que tal condición en una criatura recién concebida es denominada, con razón, “algo nuevo sobre la tierra”. El contexto de la profecía describe, después de una breve introducción general (30:1-3), la futura libertad de Israel y la restauración en cuatro estancias: 30:4-11, 12-22; 30:23; 31:14, 15-26; las tres primeras estancias terminan con la esperanza del tiempo mesiánico. La cuarta debería esperarse también que tuviera un final similar. Además, la profecía de Jeremías, pronunciada alrededor del 589 a. de C. y entendida en el sentido que se acaba de referir, concuerda con las expectativas mesiánicas contemporáneas basadas en Isaías 7:14; 9:6; Miqueas 5:3. Según Jeremías, la madre de Cristo se diferencia de las otras madres en que su Hijo, incluso cuando aún está en su vientre, tiene todas las propiedades que constituyen la verdadera naturaleza humana (11). El Antiguo Tetamento se refiere indirectamente a María en aquellas profecías que predicen la encarnación del Verbo de Dios.

MARIA EN LOS EVANGELIOS
El lector de los Evangelios se queda al principio sorprendido al encontrar tan poco sobre María; pero esta oscuridad de María en los Evangelios ha sido estudiada exhaustivamente por el Beato Pedro Canisius (17), Augusto Nicolás (18), el
Cardenal Newman
 (19) y el muy reverendo J. Spencer Northcote (20). En el comentario del “Magnificat” publicado en 1518, inclusoLutero expresa su convencimiento de que los Evangelios alaban suficientemente a María al llamarla (ocho veces) la Madre de Jesús. En los siguientes párrafos agruparemos brevemente lo que se conoce de la vida de Nuestra Señora antes del nacimiento de su divino Hijo, durante la vida oculta de Nuestro Señor, durante su vida pública y después de su resurrección.


Ascendencia Davídica de María
S. Lucas (2:4) narra que
San José
 se desplazó desde Nazaret a Belén para empadronarse, “por ser él de la casa y de la familia de David”. Como si quisiera eliminar cualquier duda referente a la ascendencia davídica de María, el evangelista (1:32,69) afirma que al niño nacido de María sin intervención de varón le será otorgado “el trono de David, su padre”, y que el Señor Dios ha “levantado en favor nuestro un cuerno de salvación en la casa de David, su siervo”. (21) S. Pablo también da fe de que Jesucristo “nacido de la descendencia de David según la carne ” (Romanos 1:3). Si María no hubiera sido descendiente de David, su Hijo concebido por el Espíritu Santo no hubiera podido considerarse “de la descendencia de David”. Por ello los comentaristas nos dicen que en el texto “En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel … a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David” (Lucas 1:26-27); la última frase “de la casa de David” no se refiere a José, sino a la doncella virgen que es el personaje principal de la narración; así tenemos un testimonio inspirado directo de la ascendencia davídica de María. (22)


Mientras que los comentaristas generalmente están de acuerdo en que la genealogía que se encuentra al comienzo del primer Evangelio es la de S. José, Annius de Viterbo propone su opinión, a la que ya se refirió S. Agustín, de que la genealogía de S. Lucas describe la ascendencia de María. El texto del tercer Evangelio (3:23) puede explicarse de forma que Heli sea el padre de María: “Jesús … era, según se creía, hijo de José, hijo de Heli” (23). En estas explicaciones el nombre de María no se menciona explícitamente, pero va implícito; ya que Jesús es el hijo de Heli a través de María.

Sus padres


Aunque pocos comentaristas están de acuerdo con esta opinión acerca de la genealogía de S. Lucas, el nombre del padre de María, Heli, coincide con el nombre del padre de Nuestra Señora según una tradición basada en la narración del Protoevangelio de Santiago, un Evangelio apócrifo que data de finales del siglo II. Según este documento, los padres de María eran Joaquín y Ana. Ahora bien, el nombre de
Joaquín
 es sólo una variante de
Heli
 o
 Eliachim
, sustituyendo un nombre divino (Yavé) por otro (Eli, Elohim). La tradición en lo que respecta a los padres de María, según el Evangelio de Santiago, es reproducida por S. Juan Damasceno (24), S. Gregorio de Nyssa (25), S. Germán de Constantinopla (26), Pseudo-Epifanio (27), pseudo-Hilario (28) y S. Fulberto de Chartres (29). Algunos de estos escritores añaden que el nacimiento de María se consiguió gracias a las fervientes oraciones de Joaquín y Ana cuando ya tenían una edad avanzada. Así como Joaquín pertenecía a la familia real de David, también se supone que Ana era descendiente de la familia sacerdotal de Aaron; por ello, Cristo, el Eterno Rey y Sacerdote, descendía de una familia real y sacerdotal (30).


La ciudad de los padres de María

Según S. Lucas 1:26, María vivía en Nazaret, una ciudad de Galilea, en el momento de la Anunciación. Una determinada tradición sostiene que fue concebida y nació en la misma casa en la que el Verbo se hizo carne (31). Otra tradición, basada en el Evangelio de Santiago, considera Seforis como la primera casa de Joaquín y Ana, aunque se dice que después vivieron en Jerusalén, en una casa llamada
Probatica
 por S. Sofronio de Jerusalén (32).
Probatica
, un nombre que probablemente procedía de un estanque llamado
Probatica
 o
Betzata
 en S. Juan 5:2, cercano al santuario. Aquí fue donde nació María. Alrededor de un siglo después, sobre el 750 d. de J.C., S. Juan Damasceno (33) afirma de nuevo que María nació en Probatica.

Se dice que, ya en el siglo V, la emperatriz Eudoxia construyó una iglesia en el lugar en que nació María, y donde sus padres vivieron en su ancianidad. La actual iglesia de Sta. Ana se encuentra a una distancia de menos de 100 pies de la piscina Probática. El 18 de marzo de 1889 se descubrió una cripta que encierra el sitio en que se supone que Sta. Ana fue enterrada. Probablemente ese lugar fue en su origen un jardín en el que Joaquín y Ana recibieron sepultura. En su época todavía estaba situado fuera de los muros de la ciudad, unos 400 pies al norte del Templo. Otra cripta cercana a la tumba de Sta. Ana se cree que es el lugar donde nació la Bienaventurada Virgen; por ello, en los primeros tiempos se le llamó a esa iglesia Sta. María de la Natividad (34). En el valle Cedron, cerca de la carretera que lleva a la iglesia de la Asunción, hay un pequeño santuario que contiene dos altares, que se cree que están edificados sobre las tumbas de S. Joaquín y Sta. Ana; sin embargo, estos sepulcros pertenecen a la época de las Cruzadas (35). También en Seforis los cruzados reemplazaron un antiguo santuario situado sobre la legendaria casa de S. Joaquín y Sta. Ana por una gran iglesia. Después de 1788 parte de esta iglesia fue restaurada por los Padres Franciscanos.
El nacimiento de María

En lo referente al lugar de nacimiento de Nuestra Señora, existen tres tradiciones diferentes que hay que considerar.
Primero, se ha situado el acontecimiento en Belén. Esta opinión se basa en la autoridad de los siguientes testigos: ha sido expresada en un documento titulado “De nativ. S. Mariae” (36) incluido a continuación de las obras de S. Jerónimo; es una suposición más o menos vaga del Peregrino de Piacenza, llamado erróneamente Antonino Mártir, que escribió alrededor del 580 d. de J.C. (37); finalmente, los Papas Pablo II (1471), Julio II (1507), León X (1519), Pablo III (1535), Pío IV (1565), Sixto V (1586) e Inocencio XII (1698) en sus Bulas referentes a la Santa Casa del Loreto afirman que la Bienaventurada Virgen nació, fue educada y recibió la visita del ángel en la Santa Casa. Sin embargo, estos pontífices no deseaban en realidad decidir sobre una cuestión histórica; ellos simplemente expresan la opinión de sus épocas respectivas.

Una segunda tradición situaba el nacimiento de Nuestra Señora en Seforis, unas tres millas al norte de Belén, la Diocaesarea romana, y la residencia de Herodes Antipas hasta bien entrada la vida de Nuestro Señor. La antigüedad de esta opinión puede deducirse por el hecho de que bajo el reinado de Constantino se erigió en Seforis una iglesia para conmemorar la residencia de Joaquín y Ana en dicho lugar (38). S. Epifanio habla de este santuario (39). Pero esto sólo demuestra que Nuestra Señora debió vivir durante algún tiempo en Seforis con sus padres, sin que por ello tengamos que creer que nació allí.

La tercera tradición, la de que María nació en Jerusalén, es la más probable de las tres. Hemos visto que se basa en el testimonio de S. Sofronio, de S. Juan Damasceno y sobre la evidencia de hallazgos recientes en la Probatica. La Festividad de la Natividad de Nuestra Señora no se celebró en Roma hasta finales del siglo VII; sin embargo, dos sermones encontrados entre los escritos de S. Andrés de Creta (m. 680) implican la existencia de esta fiesta y nos hacen suponer que fue introducida en una fecha más temprana en otras iglesias (40). En 1799, el décimo canon del Sínodo de Salzburgo señala cuatro fiestas en honor de la Madre de Dios: la Purificación, el 2 de febrero; la Anunciación, el 25 de marzo; la Asunción, el 15 de agosto y la Natividad, el 8 de septiembre.

La Presentación de María


Según Exodo 13:2 y 13:12, todo primogénito hebreo debía ser presentado en el Templo. Dicha ley llevaría a los padres judíos piadosos a observar el mismo rito religioso con otros hijos favoritos. Ello hace suponer que Joaquín y Ana presentaron a su hija, obtenida tras largas y fervientes oraciones, en el Templo.

En cuanto a María, S. Lucas (1:34) nos dice que respondió al ángel que le anunciaba el nacimiento de Jesucristo: “cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón”. Estas palabras difícilmente pueden ser entendidas, a menos que supongamos que María había hecho voto de virginidad, ya que cuando las pronunció estaba desposada con S. José (41). La ocasión más adecuada para tal voto fue su presentación en el Templo. Del mismo modo que algunos Padres admiten que las facultades de S. Juan Bautista fueron desarrolladas prematuramente por una intervención especial del poder divino, se puede admitir la existencia de una gracia similar para con la hija de Joaquín y Ana (42). Sin embargo, todo lo referido anteriormente no supera la certeza de la probabilidad de unas conjeturas piadosas. La consideración de que Nuestro Señor no podía rehusarle a su bendita Madre cualquier favor que dependiera exclusivamente de su magnificencia, no tiene un valor mayor que el de un argumento
a priori
. La certeza sobre esta cuestión debe depender de testimonios externos y de las enseñanzas de la Iglesia.

Ahora bien, el Protoevangelio de Santiago (7-8) y el documento titulado “De nativit. Mariae” (7-8), (43) afirman que Joaquín y Ana, cumpliendo un voto que habían hecho, presentaron a la pequeña María en el Templo cuando tenía tres años de edad; que la criatura subió sola los escalones del Templo, y que hizo su voto de virginidad en dicha ocasión. S. Gregorio de Nyssa (44) y S. Germán de Constantinopla (45) aceptaron este testimonio, que también fue seguido por pseudo-Gregorio de Naz. en su “Christus patiens” (46). Además, la Iglesia celebra la Festividad de la Presentación, aunque no especifica a qué edad fue presentada la pequeña María en el Templo, cuándo hizo su voto de virginidad y cuáles fueron los dones especiales naturales y sobrenaturales que Dios le concedió. La festividad es mencionada por primera vez en un documento de Manuel Commenus, en 1166; desde Constantinopla, la festividad debió ser introducida en la Iglesia occidental, donde la podemos hallar en la corte papal de Aviñón en 1371; alrededor de un siglo más tarde, el Papa Sixto IV introdujo el Oficio de la Presentación, y en 1585 el Papa Sixto V extendió la Festividad de la Presentación a toda la Iglesia.

Sus esponsales con José

Las escrituras apócrifas a las que nos hemos referido en el párrafo anterior afirman que María permaneció en el Templo después de su presentación para ser educada con otros niños judíos. Allí ella disfrutó de visiones extáticas y visitas diarias de los santos ángeles. Cuando ella contaba catorce años, el sumo sacerdote quiso enviarla a casa para que contrajera matrimonio. María le recordó su voto de virginidad, y confundido, el sumo sacerdote consultó al Señor. Entonces llamó a todos los hombres jóvenes de la estirpe de David y prometió a María en matrimonio a aquel cuya vara retoñara y se convirtiera en el lugar de descanso del Espíritu Santo en forma de paloma. José fue el agraciado en este proceso extraordinario.

Hemos visto ya que S. Gregorio de Nyssa, S. Germán de Constantinopla y pseudo-Gregorio Nacianceno parecen admitir estas leyendas. Además, el emperador Justiniano permitió que se construyera una basílica en la plataforma del antiguo Templo, en memoria de la estancia de Nuestra Señora en el santuario; la iglesia fue llamada la Nueva Santa María, para distingirla de la iglesia de la Natividad. Se cree que es la moderna mezquita de Al-Aqsa (47).

Por otra parte, la Iglesia no se pronuncia en lo que respecta a la estancia de María en el Templo. S. Ambrosio (48), cuando describe la vida de María antes de la Anunciación, supone expresamente que vivía en la casa de sus padres. Todas las descripciones del Templo judío que pueden poseer algún valor científico nos dejan a oscuras en cuanto a la existencia de lugares en los que pudieran haber recibido su educación las muchachas jóvenes. La estancia de Joas en el Templo hasta la edad de siete años no apoya el supuesto de que las chicas jóvenes fueran educadas dentro del recinto sagrado, ya que Joas era el rey, y fue obligado por las circunstancias a permanecer en el Templo (cf. IV Reyes 11:3). La alusión de II Macabeos 3:19, cuando dice “las doncellas, recogidas” no demuestra que ninguna de ellas fuera retenida en los edificios del Templo. Si se dice de la profetisa Ana (Lucas 2:37) que “no se apartaba del templo, sirviendo con ayunos y oraciones noche y día”, nosotros no suponemos que ella viviera de hecho en una de las habitaciones del templo. (49) Como la casa de Joaquín y Ana no se encontraba muy alejada del Templo, podemos suponer que a la santa niña María se le permitía a menudo visitar los sagrados edificios para que pudiera satisfacer su devoción.

Se consideraba que las doncellas judías habían alcanzado la edad del matrimonio cuando cumplían doce años y seis meses, aunque la edad de la novia variaba según las circunstancias. El matrimonio era precedido por los esponsales, después de los cuales la novia pertenecía legalmente al novio, aunque no vivía con él hasta un año después, que era cuando el matrimonio solía celebrarse. Todo esto coincide con el lenguaje de los evangelistas. S. Lucas (1:27) llama a María “ una virgen desposada con un varón de nombre José”; S. Mateo (1:18) dice “Estando desposada María, su madre, con José, antes de que conviviesen, se halló haber concebido María del Espíritu Santo”. Como no tenemos noticia de ningún hermano de María, debemos suponer que era una heredera, y estaba obligada por la ley de Números 36:3 a casarse con un miembro de su tribu. La ley misma prohibía el matrimonio entre determinados grados de parentesco, de modo que incluso el matrimonio de una heredera se dejaba más o menos a su elección.

Según la costumbre judía, la unión de José y María tenía que ser concertada por los padres de José. Uno se puede preguntar por qué María accedió a sus esponsales, cuando estaba ligada por su voto de virginidad. De la misma manera que ella había obedecido la inspiración divina al hacer su voto, también la obedeció al convertirse en la novia prometida de José. Además, hubiera sido un caso singular entre los judíos el rehusar los esponsales o el matrimonio, ya que todas las doncellas judías aspiraban al matrimonio como la realización de un deber natural. María confió implícitamente en la guía de Dios, y por ello estaba segura de que su voto sería respetado incluso en su estado de casada.
La Visitación

Según Lucas 1:36, el ángel Gabriel le dijo a María en el momento de la Anunciación, “Isabel, tu parienta, también ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el mes sexto de la que era estéril”. Sin poner en duda la verdad de las palabras del ángel, María decidió enseguida contribuir a la alegría de su piadosa pariente. (50) Por ello, continúa el evangelista (1:39):“ En aquellos días se puso María en camino y con presteza fue a la montaña, a una ciudad de Judá, y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel”. Aunque María debe haberle comunicado a José su propósito de realizar esa visita, es difícil determinar si él la acompañó; si dio la casualidad de que el momento de la visita coincidía con alguna de las temporadas de fiestas en que los israelitas tenían que acudir al Templo, habría pocas dificultades acerca de la compañía.

La casa de Isabel ha sido localizada en varios emplazamientos según los diferentes escritores: ha sido situada en Machaerus, unas diez millas al este del Mar Muerto, o en Hebrón, o de nuevo en la antigua ciudad sacerdotal de Jutta, unas siete millas al sur de Hebrón, o finalmente en Ain-Karim, la tradicional S. Juan-en-la-Montaña, unas cuatro millas al oeste de Jerusalén. (51) Sin embargo, los tres primeros sitios no poseen ningún monumento conmemorativo del nacimiento o de la vida de S. Juan; además, Machaerus no estaba situada en las montañas de Judá; Hebrón y Jutta pertenecían a Idumea, después de la cautividad babilónica, en tanto que Ain-Karim está situada en las “montañas” mencionadas en el texto inspirado de S. Lucas.

Después de un viaje de unas treinta horas, María “entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel” (Lucas 1:40). Según la tradición, en la época de la visitación Isabel no vivía en su casa de la ciudad sino en su villa, a unos diez minutos de la ciudad; antiguamente este lugar estaba señalado por una iglesia superior y otra inferior. En 1861 se erigió sobre los antiguos cimientos la pequeña iglesia actual de la Visitación.


“Así que oyó Isabel el saludo de María, exultó el niño en su seno”. Fue en este momento cuando Dios cumplió la promesa hecha por el ángel a Zacarías (Lucas 1:15), “desde el seno de su madre será lleno del Espíritu Santo”; en otras palabras, el niño que Isabel llevaba en su seno fue purificado de la mancha del pecado original. Se desbordó la plenitud del Espíritu Santo en el alma de su madre, “e Isabel se llenó del Espíritu Santo” (Lucas 1:41). Así, tanto la madre como el hijo fueron santificados por la presencia de María y del Verbo Encarnado (53); llena como estaba del Espíritu Santo, Isabel “clamó con fuerte voz: �Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! �De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque así que sonó la voz de tu salutación en mis oídos, exultó de gozo el niño en mi seno. Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor” (Lucas 1:42-45). Dejemos a los comentaristas la explicación completa del pasaje precedente, y centremos nuestra atención sólo en dos puntos:
  • Isabel comienza su saludo con las mismas palabras con las que el ángel había terminado su salutación, mostrando de esta manera que ambos hablaban por inspiración del Espíritu Santo.
  • Isabel es la primera en llamar a María por su título más honorable “Madre de Dios”.
La respuesta de María es el cántico de alabanza denominado comunmente Magnificat, por la primera palabra de su texto en latín; el “Magnificat” ha sido tratado en un artículo separado.

El evangelista termina su relato de la Visitación con las palabras: “María permaneció con ella como unos tres meses y se volvió a su casa” (Lucas 1:56). Muchos ven en esta breve frase del tercer evangelio una sugerencia implícita de que María permaneció en casa de Zacarías hasta el nacimiento de Juan el Bautista, mientras que otros niegan tal implicación. Dado que la Festividad de la Visitación fue emplazada el 2 de julio por el cuadragésimo tercer canon del Concilio de Basilea (1441 d. de J.C.), el día siguiente a la octava de la Festividad de S. Juan Bautista, se ha deducido que posiblemente María permaneciera con Isabel hasta después de la circuncisión del niño; pero no hay más pruebas que corroboren esta suposición. Aunque la Visitación es descrita con tanta precisión en el tercer evangelio, su festividad no parece haberse celebrado hasta el siglo XIII, cuando fue introducida a través de la influencia de los franciscanos; fue instituida oficialmente en 1389 por Urbano VI.

El embarazo de María llega a conocimiento de José


Después del regreso de casa de Isabel, “se halló haber concebido María del Espíritu Santo” (Mateo 1:18). Dado que entre los judíos los esponsales constituían un verdadero matrimonio, el uso del matrimonio después del tiempo de los esponsales no era nada extraño entre ellos. Por ello, el embarazo de María no podía sorprender a nadie mas que al mismo S. José. La situación debió haber sido extremadamente dolorosa tanto para él como para María, ya que él no conocía el misterio de la Encarnación. El evangelista dice: “José, su esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto” (S. Mateo 1:19). María dejó la solución a esta dificultad en manos de Dios, y Dios informó en su momento al asombrado esposo de la verdadera condición de María. Mientras José “reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:20-21).

No mucho después de esta revelación, José concluyó el ritual del contrato de matrimonio con María. El Evangelio dice sencillamente: “Al despertar José de su sueño hizo como el ángel del Señor le había mandado, recibiendo en casa a su esposa” (Mateo 1:24). Si bien es cierto que deben haber pasado al menos tres meses entre los esponsales y el matrimonio, durante los cuales María permaneció con Isabel, es imposible determinar con exactitud el lapso de tiempo transcurrido entre las dos ceremonias. No sabemos cuánto tiempo después de los esponsales le anunció el ángel a María el misterio de la Encarnación, y tampoco sabemos cuánto duró la duda de S. José antes de que fuera iluminado por la visita del ángel. Teniendo en cuenta la edad a la que las doncellas judías se convertían en casaderas, es posible que María diera a luz a su Hijo cuando contaba alrededor de trece o catorce años de edad. Ningún documento histórico nos dice qué edad tenía en realidad en el momento de la Natividad.

El viaje a Belén

  1. Lucas (2:1-5) explica cómo José y María viajaron desde Nazaret hasta Belén obedeciendo un decreto de César Augusto que ordenaba un empadronamiento general. Las cuestiones relacionadas con este decreto han sido tratadas en el artículo CRONOLOGÍA BÍBLICA. Se dan varias razones por las que María debe haber acompañado a José en este viaje: es posible que ella no deseara perder la protección de José durante este periodo crítico de su embarazo, o puede que haya seguido una inspiración divina especial que la impulsaba a marchar para que se cumplieran las profecías referentes a su divino Hijo, o también puede que fuera obligada a ir debido a la ley civil, ya fuera como heredera o para satisfacer el impuesto personal que había que pagar por las mujeres mayores de doce años. (54)
Dado que el empadronamiento había atraído a multitud de extranjeros a Belén, María y José no encontraron sitio en la posada de la caravana y tuvieron que alojarse en una gruta que servía de refugio para los animales. (55)

María da a luz a Nuestro Señor

“Estando allí, se cumplieron los días de su parto” (Lucas 2:6); este lenguaje no deja claro si el nacimiento de Nuestro Señor ocurrió inmediatamente después de que José y María se hubieran alojado en la gruta, o varios días después. Lo que se narra acerca de los pastores “estaban velando las vigilias de la noche sobre su rebaño” (Lucas 2:8) muestra que Cristo nació durante la noche.

Después de dar a luz a su Hijo, María “le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre” (Lucas 2:7), señal de que no sufrió dolores ni debilidades en el parto. Esta deducción coincide con las enseñanzas de algunos de los principales Padres y teólogos: S. Ambrosio (56), S. Gregorio de Nyssa (57), S. Juan Damasceno (58), el autor de
Christus patiens
 (59), Sto. Tomás (60), etc. No era adecuado que la madre de Dios estuviera sujeta al castigo pronunciado en Génesis 3:16 contra Eva y sus hijas pecadoras.

Poco después del nacimiento del niño los pastores, obedientes a la invitación del ángel, llegaron a la gruta “y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre” (Lucas 2:16). Podemos suponer que los pastores divulgaron las felices nuevas que habían recibido durante la noche entre sus amigos en Belén, y que la Sagrada Familia fue recibida por alguno de sus habitantes piadosos en un alojamiento más adecuado.
La santidad perfecta de María

Unos pocos escritores patrísticos expresaron sus dudas acerca de la presencia de defectos morales menores en Nuestra Señora. (77) S. Basilio, por ejemplo, sugiere que María sucumbió a la duda al oír las palabras del santo Simeón y al presenciar la crucifixión. (78) S. Juan Crisóstomo es de la opinión que María habría sentido miedo y preocupación si el ángel no le hubiera explicado el misterio de la Encarnación, y que demostró un poco de vanagloria en las fiestas de las bodas de Caná y al visitar a su Hijo durante su vida pública acompañada de los hermanos del Señor. (79) S. Cirilo de Alejandría (80) habla de la duda de María y su desesperanza al pie de la cruz. Mas no se puede afirmar que estos escritores griegos expresen una tradición apostólica, cuando lo que expresan son sus opiniones singulares y privadas. Las Escrituras y la tradición están de acuerdo en atribuir a María la más grande santidad personal; es concebida sin la mancha del pecado original; muestra la mayor humildad y paciencia en su vida diaria (Lucas 1:38, 48); demuestra una paciencia heróica en las circunstancias más difíciles (Lucas 2:7,35,48; Juan 19:25-27). Cuando se contempla la cuestión del pecado, María constituye siempre una excepción. (81) La total exclusión de María del pecado es confirmada por el Concilio de Trento (Sesión VI, Canon 23): “Si alguien dice que el hombre una vez justificado puede durante su vida entera evitar todo pecado, incluso venial, como la Iglesia mantiene que hizo la Virgen María por un privilegio especial de Dios, sea reo de anatema”. Los teólogos afirman que María fue inmaculada, no por la perfección esencial de su naturaleza, sino por un privilegio divino especial. Mas aún, los Padres, al menos desde el siglo V, mantienen casi unánimemente que la Bienaventurada Virgen nunca experimentó los impulsos de la concupiscencia.
El milagro de Caná
Los evangelistas relacionan el nombre de María con tres sucesos diferentes en la vida pública de Nuestro Señor: con el milagro de Caná, con su predicación y con su pasión. El primero de estos incidentes es narrado en Juan 2:1-10.


…hubo una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también Jesús con sus discípulos a la boda. No tenían vino, porque el vino de la boda se había acabado. En esto dijo la madre de Jesús a éste: No tienen vino. Díjole Jesús: Mujer, �qué nos va a mi y a ti? No es aún llegada mi hora.


Se supone naturalmente que uno de los contrayentes estaba emparentado con María, y que Jesús había sido invitado a causa del parentesco de su madre. La pareja debe haber sido bastante pobre, ya que el vino estaba de hecho agotándose. María desea salvar a sus amigos de la vergüenza de no poder agasajar adecuadamente a sus invitados, y recurre a su divino Hijo. Ella simplemente expone su necesidad, sin añadir ninguna petición. Al dirigirse a las mujeres, Jesús emplea de modo uniforme la palabra “mujer” (Mateo 15:28; Lucas 13:12; Juan 4:21; 8:10; 19:26; 20:15), una expresión utilizada por los escritores clásicos como un tratamiento respetuoso y honorable. (82)


Los pasajes citados arriba muestran que en el lenguaje de Jesús el tratamiento “mujer” tiene un significado sumamente respetuoso. La frase “qué nos va a mi y a ti” se traduce al griego
ti emoi kai soi
, que a su vez corresponde a la frase hebrea
mah li walakh
. Esto último sucede en Jueces 11:12; II Reyes 16:10; 19:23, III Reyes 17:18; IV Reyes 3:13; 9:18; II Paralipómenos 35:21. El Nuevo testamento muestra expresiones equivalentes en Mateo 8:29; Marcos 1:24; Lucas 4:34; 8:28; Mateo 27:19. El significado de la frase varía según el carácter del que habla, abarcando desde una muy pronunciada oposición a una conformidad cortés. Un significado tan variable le hace difícil al traductor encontrar un equivalente igualmente variable. “Qué tengo que ver contigo”, “esto no es asunto mío ni tuyo”, “por qué me causas tantos problemas”, “déjame asistir a esto”, son algunas de las traducciones sugeridas. En general, las palabras parecen referirse a una mayor o menor oportunidad que intentan eliminar. La última parte de la respuesta de Nuestro Señor presenta menos dificultades para el intérprete: “No es aún llegada mi hora” no puede referirse al preciso momento en que la necesidad de vino requerirá la intervención milagrosa del Señor, ya que en el lenguaje de S. Juan “mi hora” o “la hora” se refiere al tiempo predestinado para algún suceso importante (Juan 4:21,23; 5:25,28; 7:30; 8:29; 12:23; 13:1; 16:21; 17:1). Por ello, el significado de la respuesta de Nuestro Señor es: “�Por qué me importunas pidiéndome tal intervención? El momento señalado por Dios para tal intervención no ha llegado todavía”; o “�por qué te preocupas? �no ha llegado el momento de manifestar mi poder?” El primero de estos significados implica que gracias a la intercesión de María, Jesús adelantó el momento dispuesto para la manifestación de su poder milagroso (83); el segundo significado se obtiene al tomar la segunda parte de las palabras de Nuestro Señor como una pregunta, como hizo S. Gregorio de Nyssa (84), y también como la versión árabe del “Diatessaron” de Tatiano (Roma, 1888). (85) María comprendió las palabras de su divino Hijo en su sentido correcto; ella avisó sencillamente a los camareros, “Haced lo que El os diga” (Juan 2:5). No hay posibilidad de explicar la respuesta de Jesús como una denegación de la petición.
Su imagen y su nombre
Representación de su imagen
Ningún cuadro ha conservado para nosotros el verdadero aspecto de María. Las representaciones bizantinas, de las cuales se dice que fueron pintadas por S. Lucas, pertenecen ya al siglo VI, y reproducen una imagen convencional. Existen veintisiete copias, de las cuales diez se encuentran en Roma. (140) Incluso S. Agustín expresa la opinión de que la apariencia externa real de María es desconocida para nosotros, y que a este respecto no sabemos ni creemos nada. (141) La pintura más antigua de María es la hallada en el cementerio de Priscila; representa a la Virgen como si fuera a amamantar al Niño Jesús, y cerca de ella esta la imagen de un profeta, Isaias o quizá Miqueas. El cuadro pertenece a principios del siglo II, y resiste favorablemente la comparación con las obras de arte encontradas en Pompeya. Del siglo III poseemos pinturas de Nuestra Señora presente durante la Adoración de los Magos; fueron encontradas en los cementerios de Domitila y Calixto. Los cuadros pertenecientes al siglo IV fueron encontrados en los cementerios de S. Pedro y Marcelino; en uno de éstos ella aparece con la cabeza descubierta, en otro con los brazos medio extendidos como en actitud de súplica, y con el Niño de pie frente a ella. En las tumbas de los primeros cristianos, los santos figuraban como intercesores por sus almas, y entre estos santos, María ocupó siempre un lugar de honor. Además de los frescos y las pinturas de los sarcófagos, las catacumbas proporcionan asimismo cuadros de María pintados sobre discos de vidrio dorado sellados mediante otro disco de vidrio soldado al anterior. (142) Estas pinturas pertenecen generalmente a los siglos III o IV. La leyenda MARIA o MARA acompaña con frecuencia estas pinturas.
Utilización de su nombre
Hacia fines del siglo IV el nombre de María se había vuelto muy frecuente entre los cristianos; esto muestra otra señal de la veneración que sentían por la Madre de Dios. (143)
Conclusión
Nadie puede sospechar de idolatría entre los primeros cristianos, como si hubieran rendido culto supremo a los cuadros de María o a su nombre; sin embargo, �cómo podemos explicar los fenómenos enumerados, a menos que supongamos que los primeros cristianos veneraron a María de una forma especial? (144)
Tampoco puede afirmarse que esta veneración sea una corrupción introducida posteriormente. Se ha comprobado que las pinturas más antiguas datan de principios del siglo II, de forma que ello prueba que durante los primeros cincuenta años después de la muerte de S. Juan la veneración de María había prosperado en la Iglesia de Roma.